viernes, 26 de febrero de 2016

DRÁCULA



"Un perro comenzó a aullar en alguna granja lejos de la carretera; 
era un gemido largo y desesperado... Otro perro le contestó, luego otro y otro, 
de forma que, transportados por el vendaval, los ladridos siniestros y salvajes 
parecían proceder de los cuatro rincones de la Tierra. 
Se prolongaban en la noche y ascendían tan alto 
que ni la misma imaginación podía concebir nada mas espantoso."
(Bram Stoker)


Al fin me decidí y en una librería durante mis vacaciones, elegí un ejemplar de Drácula. Toda mi vida quise leer este clásico, y finalmente llegó el momento. Ayer a la noche, con la luna espiándome tras un velo de nubes que se fueron agrupando cada vez más hasta hacer estallar una tormenta, leí las primeras páginas de esta historia de la que tanto había escuchado a lo largo de mi vida en películas, dibujos animados, otros libros, etc.
Debo decir que temía que el relato fuera denso, aburrido, o que por conocer ciertos aspectos de la trama, me perdiera del suspenso de quien lo leyera, en su tiempo, sin saber absolutamente nada. Nada de eso ocurrió. Las palabras me fueron llevando por un oscuro sendero donde a cada paso que da el personaje de Jonathan Harker, uno siente que algo terrible está a punto de suceder. Se huele en el aire el peligro, los acontecimientos extraños nos conducen hacia algo que va a acontecer, pero que todavía no ha ocurrido en las páginas que voy leyendo. La tensión, el suspenso, me mantienen leyendo página tras página, ávida de develar los misterios que se me presentan.
No puedo hablar más porque no he leído tanto, pero quería compartir este momento de descubrimiento de un clásico del horror con ustedes.
Para aquellos que aún no lo han leído y que se les haga difícil adquirir el libro, les voy a dejar un pdf que encontré. No he tenido tiempo de revisar la traducción porque además para eso debería haber leído ya el libro, pero espero que lo disfruten:

DRÁCULA, de Bram Stoker - pdf

Y como regalo, les comparto esta excelente película de 1922, un clásico del cine, basada en la novela de Stoker: NOSFERATU.








jueves, 25 de febrero de 2016

Continuidad de los parques


Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
                                                                                                                                         Julio Cortázar